La política agraria común: efectos hacia el interior y el exterior de la Unión ¿Son coherentes con la defensa de los Derechos Humanos? 4ª Ponencia

AuthorJosé J. Romero Rodríguez
ProfessionInvestigador de la Fundación ETEA para el Desarrollo y la Cooperación ETEA. Facultad de CC. Económicas y Empresariales. Institución Universitaria de la Compañía de Jesús
Pages89-117

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«Aunque la ciudad careciera de personas que enseñen las artes citadas, la comunidad podría seguir siendo floreciente, como sucedía en la antigüedad, pues en otro tiempo las ciudades fueron muy felices, y lo seguirían siendo sin comediantes e incluso sin picapleitos; pero sin agricultores es evidente que los hombres no pueden subsistir ni comer»

(LUCIO JUNIO MODERATO COLUMELA, De re rustica).

I Introducción: desde dónde hablamos (lugar hermenéutico)

El texto con el que abrimos esta reflexión nos sitúa de entrada en un «lugar hermenéutico» favorable a la agricultura. No está de más afirmarlo, para distanciarnos de algunas posturas que respiran «anti-agrarismo» por todos sus poros. Somos sensibles a la situación de desconcierto, pesimismo y perplejidad de muchos agricultores europeos y españoles, especialmente medianos y pequeños («que no saben qué hacer con sus tierras») ante los cambios en curso. Además, lo confesamos abiertamente, partimos de una posición globalmente favorable (sin fanatismos), a la construcción europea y a la Política Agraria Común (PAC)

* Una primera versión de este texto fue elaborada por el autor para su publicación en: Revista de Economía Social, nº 35, febrero de 2007, pp. 10-18, bajo el título: "Cambios en curso y tendencias de futuro de la Política Agraria Europea". En la intervención que tuvo lugar en ESADE se puso mayor énfasis en algunos de sus apartados, dando lugar a este trabajo.

** Investigador de la Fundación ETEA para el Desarrollo y la Cooperación. ETEA, Facultad de CC. Económicas y Empresariales, Institución Universitaria de la Compañía de Jesús, adscrita a la Universidad de Córdoba (España). El autor agradece a sus colegas Alfonso C. Morales, Pedro P. Pérez y Adolfo Rodero sus observaciones a una versión preliminar del presente texto.

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contemplada en perspectiva histórica y en su conjunto, siendo conscientes de sus limitaciones y efectos perversos. Desde esa posición, llevamos muchos años (Romero (Coord.), 2002; Consejo de Redacción RFS, 2001) defendiendo la conveniencia de su reforma, tanto hacia dentro de la Unión Europea (UE), para introducir racionalidad, justicia y sostenibilidad, como hacia fuera, para hacerla compatible con las necesidades vitales y urgentes de grandes masas rurales de los pueblos empobrecidos1.

La PAC será todo lo criticable que se quiera, pero no se puede comprender sin analizarla en el marco de lo que ha sido la construcción europea y, en particular, de lo que en otro lugar hemos denominado «las claves» (Romero et al., 2001) del proceso integrador, globalmente positivo a nuestro juicio, del viejo continente.

Nuestra perspectiva intenta tener siempre presente el «abismo de desigualdad» que separa a los países ricos de los pobres. Si los países menos favorecidos del mundo pudieran poner en marcha una política de defensa de sus agriculturas, sin duda intentarían garantizar su propia seguridad alimentaria, muy probablemente establecerían mecanismos de protección frente a los productos del exterior, promulgarían normas de calidad e inocuidad a las que se deberían adaptar sus producciones, garantizarían unos niveles de precios razonables para sus propios productos, establecerían mecanismos de control de excedentes para impedir el derrumbe de los precios en caso de exceso de oferta, y crearían para todo ello un fondo específico destinado a cubrir los gastos derivados de todas esas medidas etc.: es decir, ¡inventarían una política agraria muy parecida a la que la UE viene aplicando desde hace casi medio siglo!

¿Dónde está pues el problema? Sencillamente, en que en la actualidad las políticas agrarias proteccionistas las aplican los países y regiones más ricos del planeta, los que producen alimentos de sobra, es decir, en principio, los que menos las necesitarían; por el contrario, los países que necesitan incrementar su producción, garantizar su alimentación, proteger a sus agricultores, frenar el éxodo rural, etc. no tienen ni la capacidad económica, ni la fuerza política para ponerlas en marcha; sin contar con que el bloque de los países ricos se opone con una firmeza e incoherencia notables, a que los menos favorecidos apliquen esta clase de políticas2.

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Esquematizando un poco, la PAC es atacada fuertemente desde dos paradigmas aparentemente opuestos e incluso contradictorios. Por un lado, los paladines del «todo mercado» y «la globalización sólo trae beneficios» y por otro los movimientos sociales más solidarios y los portavoces de un pensamiento de izquierda preocupados por la defensa de los intereses de los países empobrecidos, defienden que el proteccionismo agrario europeo perjudica a todo el mundo, menos a los grandes agricultores. Ambos acusan a la PAC de ser -como antiguamente se decía del infierno- «el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno». Quien esto escribe no defiende en absoluto lo contrario (que la PAC sea el cielo, o sea, «el conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno») pero, coincidiendo en algunas cosas con los críticos citados, cree que hay que ir más al fondo de la cuestión y elaborar propuestas que tengan más en cuenta los verdaderos intereses de todos los agricultores, especialmente los pequeños del Norte y los del Sur.

Por último, y no menos importante, tratándose de temas tan complejos, nos gustaría intercalar en el debate una fuerte dosis de modestia. Nos asustan las posiciones dogmáticas y nos agrada recordar siempre la recomendación nada menos que de Santa Teresa de Jesús: «Siempre en cosas dificultosas, aunque me parece que lo entiendo y que digo verdad, voy con este lenguaje de que ‹me parece›, porque si me engañare, estoy muy aparejada a creer lo que dijeren los que tienen letras muchas»3.

Para responder a la pregunta que nos hicieron los organizadores del Semi-nario, reflejada en el título de la conferencia, nos vamos a fijar en dos aspectos determinantes de la PAC. A lo interno de la Unión Europea, analizaremos brevemente sus efectos positivos y negativos, destacando sus efectos perversos y poniendo de manifiesto lo justificado de su reforma para salvaguardar determinados valores de justicia distributiva y de respeto al medioambiente. Hacia fuera, los grandes debates acerca de la liberalización del comercio mundial, especial-mente en el seno de la Organización Mundial del Comercio, permiten comprender hasta qué punto también la PAC ha perjudicado notoriamente a los países menos desarrollados. Interfiere nada menos que con el derecho a la seguridad alimentaria de una parte importante y desfavorecida de la población mundial. A partir de ahí, resumimos por dónde se orientan los cambios en curso de la PAC. Por último, a modo de conclusión, abrimos el horizonte y dirigimos brevemente la mirada «más allá de la UE»4.

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II Una exitosa política, ... víctima de su propio éxito. Los efectos internos

Ver nota 5

Seamos críticos con la PAC; pero reconozcamos también sus aportaciones a la construcción europea. En efecto, la PAC, inserta en el Tratado de Roma (1957), tras la posterior conferencia de Stresa (1958), representó en los orígenes de la Comunidad Económica Europea la única expresión de la solidaridad intersectorial. Eran unas décadas donde la protección agraria se justificaba más que ahora; la PAC constituía en realidad una de las principales concesiones de Alemania a Francia por la creación de un Mercado Común Europeo que no sólo favorecía el desarrollo de un potente sector industrial, sino que pasaba página sobre la ruptura trágica que había supuesto la segunda contienda mundial. De hecho, además, la PAC sirvió para crear «conciencia europea» puesto que durante casi dos decenios constituyó la única política de solidaridad supranacional de la Comunidad Europea.

1. Los logros de la pac

Si hubiera que realizar un balance, es de justicia comenzar señalando que la Política Agraria de la CEE, aplicada hasta el momento en que se inició la primera gran reforma de la misma, había conseguido éxitos notables: en esencia, la constitución de un mercado agrario único, y la consecución de una buena parte de los objetivos pretendidos en el Tratado de Roma6. Como dice expresivamente la Comisión, haciendo balance, en el primer famoso documento de reflexión que introdujo la reforma de la PAC:

«La política agraria común se creó en una época en la que Europa era deficitaria en la mayoría de sus productos alimenticios. El principal cometido de estos mecanismos es el de mantener el nivel de precios interiores y de ingresos, ya sea mediante la intervención y la protección en las fronteras y, cuando no existe protección exterior, mediante ayudas variables («deficiency payments»), concedidas a las industrias de transformación que utilizan como materia prima productos agrarios comunitarios pagados al productor a un precio más elevado que el precio mundial.

Esta política ha contribuido al crecimiento económico y ha permitido...

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