Configuración histórica de la Unión Europea

AuthorVÍctor M. Sánchez (Dir.) - Maria Julia Barceló
Pages35-47

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2.1. Introducción

¿Cómo se ha llegado hasta la UE de nuestros tiempos? La comprensión del valor político y jurídico de la UE no se puede alcanzar de forma meramente intuitiva o natural, ni es autoevidente para un ciudadano medio. Para ello es necesario adquirir unas nociones básicas sobre la historia política en el espacio geográfico europeo, desde la alta Edad Media (s. VII) hasta la edad contemporánea. Así es que por mucho que se insista en el momento actual de incerteza sobre el futuro de la UE sobre las bondades de este modelo de integración supranacional, el desconocimiento u olvido voluntario de la historia antigua y reciente del continente europeo jugará siempre a favor de las demagógicas visiones nacionales del futuro.

2.2. Una línea argumental en la historia de europa

La historia de Europa, hasta las Comunidades Europeas, es una violenta narración del fracaso de los sucesivos intentos de creación de un orden político en Europa, como el que había ejercido el Imperio Romano durante siglos, que dotara de cierta unidad a los entes políticos independientes que surgen tras su disolución. El Imperio Carolingio (año 800), el Sacro Santo Imperio Romano (s. XIII), el Sacro Imperio Romano Germánico (s. XVI), el Imperio Napoleónico (de 1804 a 1815) o el Tercer Reich (1933-1945), pueden ser interpretados como movimientos de la historia que tomaban como objetivo el logro de la idea de la unidad política europea por medio de la imposición. La creación y subsistencia final de una multitud de soberanías particulares refleja,Page 36por contra, la perseverancia de una pluralidad cultural, religiosa y política en Europa articulada mediante un instrumento político territorial específico, en gestación desde la Edad Media, al que nos referimos bajo la expresión ‘estado moderno’.

Los nuevos estados, soberanos territorialmente e independientes con respecto al exterior, creados sucesivamente desde las postrimerías de la Edad Media (s. XV), entraron a menudo en guerra durante su gestación y consolidación. Por desgracia, los diferentes sistemas acordados entre ellos para coexistir pacíficamente —la Paz de Westfalia (1648) o el Concierto Europeo (1814)— no gozaron tampoco de un éxito duradero. Estas tentativas de ordenación pactada, en líneas generales, se basaban en dos grandes elementos jurídico-políticos: el respeto a la soberanía de los estados y la creación de procedimientos de concertación de su voluntad para resolver los problemas vitales de Europa. Los dos principios, en su aplicación práctica, tenían estigmas que dificultaban la pacificación pretendida.

El principio de soberanía abarcaba el derecho del estado a recurrir a la guerra para defender lo que consideraba sus intereses soberanos legítimos. Por su parte, los procedimientos de concertación política en Europa daban primacía casi absoluta en la ordenación política a las conveniencias del directorio de las grandes potencias europeas de cada momento. La Primera Guerra Mundial (1914-1919) se puede entender, en esencia, como una nueva guerra de reordenación por la fuerza del mapa político europeo que evidencia, de manera traumática, el fracaso del sistema como modo de articulación de las relaciones entre estados soberanos con fuertes desigualdades de poder y fuerza cambiante. Así pues, no es extraño que, en el periodo de entreguerras, aparecieran diferentes movimientos políticos que difundían un mensaje federalista para la nueva Europa. Ninguna de estas propuestas se materializó políticamente, pero incorporaron una nueva idea para conseguir la paz en Europa. La estabilización del sistema político europeo aparecería como consecuencia de la integración voluntaria de sus estados en una unidad política supranacional europea. Eso suponía la renuncia pactada a espacios de su soberanía. La irrupción y conquista del poder, por parte de diferentes movimientos políticos totalitarios en Europa (nazismo, fascismo y comunismo), acabarían ahogando estos plan- teamientos liberales.

Poco tiempo después de la Segunda Guerra Mundial, renacieron los planes de los estados europeos para conseguir un marco permanente de relacionesPage 37pacíficas. El modelo resultante se adaptó al nuevo contexto político de enfrentamiento entre EE.UU. y la URSS. El Plan Marshall (1947) consiguió que las economías de los estados participantes, que aceptaban un modelo económico y político esencialmente demócrata y liberal con una clara conciencia social, se recuperaran y ordenaran, nacional e internacionalmente, con estos parámetros. La histórica propuesta, el 9 de mayo de 1950, del ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Robert Schuman, espoleó un complejo proceso de integración europea que ha perdurado hasta nuestros días encarnado en la UE.

La clave del éxito de la iniciativa ha sido su carácter pactado, gradual, abierto a nuevas incorporaciones y respetuoso con las desigualdades de hecho existentes entre los estados participantes. Sus presupuestos de partida, la aceptación de la democracia como sistema de gobierno y del libre mercado como sistema económico básico, sin olvidar la necesidad de desarrollar políticas públicas de cohesión económica y social. No se debe perder de vista que sus miembros han vivido el período más extenso de paz en sus relaciones mútuas y más exitoso objetivamente en términos económicos y sociales.

2.3. Antecedentes remotos: ideas y realidades

Muchos aspectos clave de la historia europea, desde la Edad Media hasta la edad contemporánea, se pueden comprender con la dialéctica violenta sostenida entre el pluralismo existente en el espacio europeo y los intentos de creación de un poder unitario por la vía de la fuerza.

2.3.1. Gestación y consolidación de los Estados Modernos

En el plano intelectual, la idea de Europa como un espacio político y cultural común está presente desde la Baja Edad Media en las obras de pensadores como Pierre Dubois (1306, aproximadamente) o Ramón Llull (1232-1314). En sus escritos, e incluso a través de su actividad vital, proclamaron la necesidad de restaurar la unidad política de la Cristiandad, perdida después de la caída del Imperio Romano de Occidente (476 d. C.). A favor de esta idea jugaba, a su entender, la existencia de unas tradiciones culturales, lingüísticas y religiosas comunes entre los habitantes del continente europeo y la amenaza, entonces muy viva, del resurgimiento político y cultural del mundo árabe-musulmán.

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Sin embargo, la evolución de este espacio geográfico y cultural, desde la Edad Media hasta la Edad Contemporánea, se guió predominantemente por el movimiento contrario: la disolución continua de la antigua unidad de la cristiandad, y el fracaso reiterado de cualquier intento de restauración de la unidad política europea ensayado hasta mediado el s. XX. La creación progresiva y cristalización de una multitud de soberanías particulares reflejaba y facilitaba la consolidación de una pluralidad cultural, religiosa y política difícilmente sometible por la coacción a un poder unitario perdurable de alcance europeo.

Durante la Edad Media, la diarquía Imperio-Papado, representada por el Sacro Imperio Romano-Germánico, se vio cuestionada por dos corrientes de fondo: el ascenso de los poderes aristrocráticos o religiosos locales y las tensiones propias entre los sucesivos emperadores germánicos y el Papado. La aparición de los estados modernos centralizados como...

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