Precursores de la unidad europea en el antiguo régimen

AuthorGambra Gutiérrez y Navalpotro
ProfessionUniversidad Rey Juan Carlos
Pages179-226
1. Europa como concepto material

Europa recibe su nombre de la cultura griega. Y esta cultura será el primero de los elementos constitutivos de lo que podría identificarse como el alma del Viejo continente. En sus inicios, las acepciones que alcanza el término Europa no exceden el ámbito de la mitología o de la geografía. El poeta Hesíodo en torno al Page 179 siglo IX a. JC., en su Teogonía, da ese nombre a una diosa, y en la literatura griega posterior así se conoce a una legendaria hija del rey de Tiro, que fue raptada por Zeus, metamorfoseado en toro, y se halla en el origen a la dinastía minoica de los reyes de Creta1.

Con esta previa acepción mitológica, el nombre de Europa aparece en los escritos geográficos de los griegos aplicado a una de las mitades de su mundo, la que se diferenciaba de Asia, fundamentalmente la propia Hélade: figura así en el mapamundi de Anaximandro (s. VII a. JC.), en la Descripción de la Tierra del geógrafo Hecateo de Mileto (s. VI a. JC.), en los escritos de Herodoto (s. IV a.J.C.) y en otras referencias literarias menores. Pasó así a la civilización romana, y con ese significado se registra en las descripciones geográficas que se escalonan desde Estrabón hasta San Agustín y Paulo Orosio. Así pues, el sentido predominante de Europa en aquella época es el geográfico.

Sin embargo, Gonzage de Reynold, acreditado tratadista de la idea europea2, señala que esa concepción preferentemente material de Europa adquirió en la Antig¸edad griega un cierto desarrollo, hasta acercarse en la obra de unos pocos autores a un sentido más político y cultural. Así, Hipócrates describe a Europa comparándola con Asia, y halla similitudes en los caracteres de sus respectivos habitantes, debidas no sólo a las condiciones naturales sino a su forma de gobierno. Atribuye a los europeos un carácter más exaltado, salvaje y valeroso, debido tanto a lo variado del clima en que viven como al hecho de no estar sometidos al gobierno de soberanos de voluntades absolutas, como los asiáticos, cuyos súbditos tienen un alma esclavizada . Un enfoque similar se registra también en algunos pasajes de Aristóteles y de Isócrates.

Puede, por tanto, afirmarse con carácter general que el pensamiento griego contrapone a Europa con Asia, según señaló Chabod, desde entonces la idea de Europa irá asociada a la de libertad, y la de Asia a la idea de servidumbre 3, planteamiento que se repite en la teoría política por lo menos hasta finales de la Edad Moderna. En cualquier caso, desde la Antig¸edad hasta iniciada la Edad Media, no cabe encontrar autores que utilicen un concepto de Europa o de los europeos que no sea meramente descriptivo de una realidad fáctica, por más que en algunos casos se intenten extraer ciertos caracteres morales comunes entre los habitantes de esa parte del mundo (una de las dos o hasta tres partes que llegan a describirse).

La aparición del Imperio Romano va a aportar un proceso de apropiación del espacio, gracias sobre todo a la extensión de la red viaria, que permitió una efi-Page 180caz difusión de cultura, modos de vida y vínculos comerciales entre todas las zonas del Imperio. Sin embargo, como es bien conocido, el Imperio Romano fue un imperio eminentemente mediterráneo, centrado en la Urbs y en el mare nostrum. El Imperio Bizantino tampoco revistió un carácter propiamente europeo: fue la continuación del Romano, con su mismo sustrato ideológico4.

Pero, aunque bajo el Imperio de Roma Europa carece aún de una personalidad propia bien identificada, sí puede decirse que se configuran algunos de los que han de ser sus rasgos definitorios: la cultura clásica, fundamento del Imperio romano, se enriquece con un nuevo elemento, el Cristianismo5, que surge precisamente en el apogeo de Roma, bajo el Principado de Augusto, y se desarrolla paulatinamente, extendiéndose desde un confín del mundo romano hasta impregnarle por entero.

El Cristianismo irrumpe en el universo religioso antiguo con unas características singulares que no tardaron en enfrentarle con la mentalidad político-cultural imperante. Jesucristo, revelado como Dios hecho Hombre, predica un Evangelio en el que se ofrece como Verdad encarnada, en contraste con la tolerancia de una pluralidad de divinidades propia del politeísmo que sólo imponía con carácter universal, como vínculo de cohesión del orbe romano, el culto al emperador. En segundo lugar, el mensaje cristiano conlleva una impronta expansionista, que invita a sus seguidores a proclamar el Evangelio a todos los hombres sin distinción y a convertirse a una unión personal con Dios, rompiendo con las concepciones monistas que hacían de la relación con la divinidad un signo de identidad nacional, con un carácter más público que personal. La sorprendente expansión del Cristianismo aporta un germen de universalidad y también de unidad de creencias, de modos de relación con Dios y de conceptos morales6.

La fe cristiana, que en su confrontación con el mundo político romano fue prontamente proscrita y perseguida, se mantuvo en esa situación, si bien con variable intensidad, hasta que en el año 313 el emperador Constantino, victorioso en la batalla del Puente Milvio frente a su rival por el trono imperial, dio la orden de tolerar a la fe cristiana y convino con Licinio en implantar la libertad de conciencia para todo el Imperio mediante el Edicto de Milán. El propio emperador Constantino acompañó esta disposición de una serie de medidas abiertamente favorecedoras de la Iglesia de Cristo, a la vez que iniciaba políticas de manifiesta intromisión en la vida eclesiástica. Con Teodosio I, el Imperio Romano alcanza la unidad religiosa, mediante la promulgación en el año 380 de la constitución Cunctos populos en favor la fe católica, religión que profesan el pontífice Dámaso y Pedro, obispo de Alejandría, y el poder político, es decir, Page 181 el propio el Imperio, asume la defensa de la ortodoxia católica frente a las herejías7.

El proceso de cristianización no fue, obviamente, instantáneo. En tiempos de Constantino no parece que los cristianos supusieran más allá de una décima parte de la población del Imperio, porcentaje que variaba considerablemente de unas zonas y núcleos de población a otros, en una época en que la Iglesia era casi exclusivamente urbana. El siglo IV fue el de la conversión de las multitudes de hombres corrientes, cuando comienza a ser habitual el nacer cristiano, circunstancia que en el siglo siguiente se generaliza en tierras griegas y románicas8. A partir de ese siglo se pudo acometer la gran tarea pastoral de la evangelización del campo, y a ese fin los misioneros presentan el mensaje cristiano encarnado en los santos, cuya devoción, y el culto a sus reliquias, se extenderán rápidamente por todo el mundo romanizado.

La unidad religiosa, que supuso una importante aportación a la cultura clásica grecorromana, estuvo precedida de otro factor de unidad en el Imperio. En el año 212 Antonino Caracalla promulgó una constitución que extendía a todos los súbditos del Imperio la ciudadanía romana y eliminaba la tradicional frontera jurídica personal. Desde entonces el Derecho Romano desempeñó un importante papel en el desarrollo de una mentalidad común en Europa, cuya virtualidad estaba llamada a desplegarse en los siglos medievales9.

2. La formación del espíritu de europa en la Edad Media

El orbe romano, escindido por Teodosio en dos Imperios, occidental y oriental, siguió distintas trayectorias que reflejan los distintos caracteres de una y otra parte. En el año 476, el caudillo germánico Odoacro envió desde Rávena a Bizancio las insignias imperiales que había arrebatado al último emperador de la pars occidentis del Imperio. La recuperación simbólica de la unidad romana que ese gesto suponía nunca llegó a hacerse realidad. Las aspiraciones universalistas de los emperadores bizantinos Zenón y Justiniano, y su voluntad de restaurar la unidad del Imperio, de la que se consideraban titulares, fracasaron, si bien Justiniano logró recuperar Roma y Rávena así como extensos territorios de Italia, sur de Hispania y norte de África. Justiniano también enunció todo un programa para restablecer la unidad política y jurídica del Imperio10. Pero...

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