Tras el "no" irlandés, ¿qué hacer?

AuthorEnrique Barón
ProfessionEurodiputado en el Parlamento Europeo.
Pages327-332

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El resultado adverso del referendum celebrado en Irlanda para ratificar el Tratado de Lisboa ha vuelto a plantear el debate existencial europeo. En sí, no es una sorpresa inesperada, ya que en la UE se parte de la regla de la unanimidad para todas las modificaciones de los Tratados. Lograrla entre 27 miembros es un ejercicio difícil que cuando se escalona en el tiempo se convierte en algo punto menos que imposible. En términos estrictos del Derecho Internacional entre Estados definido en los términos europeos de la Paz de Westfalia, el Tratado habría muerto, sería caduco, como han proclamado a voz en cuello tanto los partidarios del NO como algún destacado mandatario europeo.

"E pur si muove ". Las reacciones de las Instituciones Europeas, -Comisión, Parlamento y Consejo- han ido en la misma línea. Los líderes europeos reunidos en el Consejo Europeo de junio decidieron seguir hacia adelante. En síntesis, acordaron: en primer lugar, tras escuchar una primera valoración del Taoiseach, Primer Ministro irlandés, aceptaron su petición de conceder tiempo al tiempo para realizar consultas, tanto en su propio país como con los demás socios, con el fin de elaborar una propuesta que permita dar salida a su situación. Con ello, se pone de manifiesto que se respeta tanto la voluntad de los irlandeses como la de los demás Estados y ciudadanos de la Unión y por ello se decide continuar en la consecución de los objetivos comúnmente acordados. En segundo lugar, constataron que el objetivo fijado en el momento de la firma, diciembre de 2007, de lograr que dos tercios de los Estados Miembros ratificaran el Tratado en seis meses se consiguió con creces y reafirmaron la necesidad de su entrada en vigor para que la Unión ampliada pueda funcionar con más democracia y eficacia. Por último, se aceptó la propuesta irlandesa de reconsiderar la cuestión en el Consejo del 15 de octubre mientras se sigue trabajando para lograr resultados concretos de cara a los ciudadanos.

En síntesis, se decide seguir haciendo camino, con la calificada ratificación británica aportada por el Premier en el mismo acto, firmada en francés normando "por voluntad de la Reina" tras la aprobación del Parlamento de Westminster. Los demás Estados con procesos de ratificación parlamentaria en curso -Holanda, España, Chipre, Italia, Suecia, Bélgica-, los continúan, en todos los casos con mayorías suficientes. Este es también el caso de la República Checa, Page 328 a pesar de la sorpresiva inclusión como nota a pie de página de la Declaración del Consejo de la manifestación de su Gobierno de estar a la espera de un informe positivo de su Tribunal Constitucional. La nota es tautológica, al ser evidente que cada Estado procede de acuerdo con su propio ordenamiento constitucional. Lo preocupante es que refleja la actitud euro escéptica de un Gobierno que va a asumir la Presidencia del Consejo en el decisivo primer semestre del próximo año.

Ciertamente, la cuestión no se plantea como una ratificación de un Tratado entre Estados en términos clásicos. Tampoco la UE responde a los cánones. En la historia de la construcción europea, no es la primera vez que se plantea una situación de este tipo. Más bien, estas crisis son la norma, que hasta ahora se ha resuelto siempre con un relanzamiento hacia delante. En su primera etapa, así ocurrió con el rechazo a la Comunidad Europea de Defensa (CED) en la Asamblea Nacional Francesa en 1954, la neutralización de la EURATOM o la crisis de la silla vacía...

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