Reglamento (CE) nº 111/2005 del Consejo, de 22 de diciembre de 2004, por el que establecen normas para la vigilancia del comercio de precursores de drogas entre la Comunidad y terceros países

SectionReglamento
Issuing OrganizationConsejo de la Unión Europea

arceleros a llevarlo al hospital. El 13 de octubre de 1979 murió al caerse por una ventana.Mostafa Meftha también era un militante izquierdista cuando fue detenido en marzo de 1977. Pasó 10 años en prisión. Ahora es un alto directivo de una asociación de empresarios en Casablanca y miembro activo de las asociaciones pro derechos humanos de Marruecos. «Este proceso es una condena para un régimen político entero, aunque no se nombre específicamente alrey. Y esperemos que sirva para que no suceda más, porque la Historia de este país es la historia de muchas oportunidades perdidas. Tuvo que caer el muro de Berlín, el apartheid, las dictaduras latinoamericanas para que por fin cambiase algo aquí. Lo importante es hacer proposiciones concretas al actual monarca para que esto no vuelva a pasar...».TRAS LA INDEPENDENCIA.Nombrar el apellido El Manouzi en Marruecos es evocar un linaje mítico en la lucha por la libertad. Bereberes originarios del sur del país, sus antepasados resistieron más de tres décadas al avance del colonialismo francés y algunos probaron también las sibilinas técnicas de tortura de sus colonizadores. Pero lo peor llegaría con la independencia, sobre todo a partir de 1970, cuando 18 miembros de esta familia ilustre y acomodada fueron detenidos por orden directa del rey.Uno de ellos, Moujahid Kacem el Manouzi murió en la sala de torturas delante de sus familiares. Tenía 30 años y el certificado de defunción «por causas naturales» fue firmado por un médico que acabó siendo ministro del régimen. Un año más tarde, Ibrahim el Manouzi, comandante del ejército condecorado varias veces por su valor, fue detenido acusado de participar en una intentona golpista realizada por altos mandos militares, en 1972, cuando varios cazas trataron de derribar el avión oficial de Hasán II a su regreso a Marruecos tras un viaje a Francia. Fue fusilado tres días más tarde sin que se demostrase su culpabilidad. Uno de sus hermanos acabó loco tras ser torturado y otros cuatro tuvieron que pedir asilo político en Francia y Holanda, donde residen.Otro miembro de la familia, Hussein, exiliado, fue secuestrado en Túnez en 1972 por los servicios secretos marroquíes y llevado a Rabat en el mismo coche del embajador. Volvieron a tener confirmación de que seguía vivo en 1998 en un centro de detención secreto de la capital. Hoy su hermano, el doctor en medicina Abdelkrim el Manouzi, sigue moviendo cielo y tierra para saber su destino.Es el fundador y responsable del Centro de Ayuda y Orientación a las Víctimas de la Tortura, organismo que ha atendido a más de 2.000 personas desde su fundación hace 10 años.«Es algo terrible ver día a día las consecuencias de esta política represiva, caótica y vengativa. Tenemos testimonios de personas que han pasado por cárceles secretas donde se mezclaban niños nacidos allí y viejos de 115 años. Y también poseemos un resumen de las patologías encontradas en estas víctimas a consecuencia de las torturas: traumatismos irreversibles, enfermedades infecciosas, alopecias galopantes, depresiones, pesadillas, Parkinson, accidentes vasculares cerebrales, incontinencia urinaria, disfunciones sexuales, osteoporosis, úlceras de todo tipo... Como médico he tenido el dudoso privilegio de atender a muchos de ellos y ver las consecuencias del terror que ha vivido Marruecos durante casi medio siglo», asegura Abdelkrim mientras posa con los retratos de sus familiares desaparecidos o muertospara este reportaje.De nuevo le hacemos la misma pregunta que al resto de las víctimas: «¿Siente odio hacia Hassán II?». En ese momento calla, mira a su interlocutor a los ojos, piensa la respuesta y lanza la misma premisa ya esperada: «Lo importante es el régimen, no las personas...»La geografía del terror se extiende por todo el país en forma de centros secretos de detención, como eufemísticamente llaman a los penales ubicados en sitios remotos, cuya existencia no es reconocida oficialmentey donde se torturaba a placer, sin la oposición de familiares molestos. El más famoso era el de Tazmamart, en el Alto Atlas, con un invierno glacial de ocho meses al año y muy cerca de la carretera que comunica con el desierto del Sahara.Allí los presos eran metidos en calabozos de nueve metros cuadrados totalmente a oscuras, día y noche, donde el aire llegaba por 17 agujeros de 10 centímetros de diámetro perforados en la parte del muro que da al pasillo. Es decir, que la noche es constante y el recluso es incapaz de saber el tiempo que pasa fuera. Jamás salían al patio. Sólo muertos para ser enterrados en una fosa común bajo unos naranjos. Hay quien pasó allí más de 20 años.Veinte años de noche...Uno de sus inquilinos, el capitán Abdellatif Belkebir, condenado a cuatro años de cárcel por el atentado contra Hassán II en su residencia de Sjirat, en 1971 -un grupo de suboficiales del ejército tomó el palacio durante una recepción oficial por su cumpleaños, provocando una matanza de personalidades, a la que el rey escapó milagrosamente-, describía así como era su vida allí ¡cinco años después de que presuntamente hubiese cumplido la condena!: «El preso se despierta las noches de invierno tiritando de frío y se lanza a un baile de locos para combatirlo. En verano, el calor es tan asfixiante que se ve obligado a pegar la nariz al chivato de la puerta para poder respirar. Y cuando, agotado, con el techo ardiendo, quiere buscar algún reposo en su cama de piedra, es asaltado por todas partes y sin cesar por todo género de parásitos (chinches, pulgas, mosquitos, arañas) y pérfidos escorpiones que impiden hacer cualquier movimiento espontáneo.No es posible conversar de celda a celda porque la cacofonía que provoca el hormigón es ensordecedora y los soliloquios de los presos trastornados, los aullidos, las recitaciones en voz alta del Corán, las llamadas de socorro de los agonizantes transforma el edificio en un auténtico carnaval».Las víctimas de Tazmamart estaban vestidas con harapos, iban descalzos, con el pelo y la barba sin cortar y se movían a cuatro patas por su habitáculo. Las lluvias del otoño transformaban las celdas en un pantano y la comida era apestosa. Se calcula que 58 presos, relacionados con aquella intentona golpista, pasaron encerrados allí entre 1973 y 1991. Treinta de ellos murieron.Sus familiares también están entre los que reclaman justicia ahora..LOS EMPAREDADOS.La odisea de los emparedados de Tazmamart es mencionada en varios libros: Nuestro amigo el rey, del periodista francés Gilles Perrault, todavía prohibido en Marruecos, y Sufrieron por la luz, de Tahar Ben Jellounk. Entre las cartas que consiguieron enviar, no se sabe cómo, a sus familiares y recogidas en estas obras por los autores, se lee una frase que define por sí sola este monumento al horror: «Somos los antihombres, un poco más que ratas, un poco menos que hombres».El Tazmamart actual es, sin embargo, la cárcel de Temara, situada en una alegre población costera a 15 kilómetros de Rabat. Le llaman el Abu Graib de Marruecos porque, según denuncias de organizaciones como Amnistía Internacional (AI), se ha convertido en «una cámara de tortura al margen de la ley donde las fuerzas de seguridad interrogan a los sospechosos de pertenecer a las corrientes salafistas».La mayoría de los detenidos pasan allí entre una semana y varios meses antes de ser llevados ante la presencia de un juez.En su último informe, AI denuncia idénticas prácticas de tortura a las cometidas en los años de plomo. Precisamente, el proceso de revisión del pasado ha abierto un debate sobre los actuales abusos a islamistas que se están cometiendo desde los atentados de Casablanca, el 16 de mayo de 2003. Desde entonces han sido detenidas unas 7.000 personas, según estimaciones oficiosas (oficialmente, unas 2.000). Por lo tanto, hay más de 4.000 personas que no existen en ningún registro, una situación demasiado parecida a lo que ahora se denuncia en el macroproceso de Rabat..LOS CASOS SAHARAUIS.Otro caso sangrante es el que sufren los presos saharauis en la llamada cárcel negra de El Aaiún. Sin mucha variación con lo relatado, este centro de detención también plantea hasta qué punto será necesario actualizar el proceso de denuncia a los tiempos actuales, a pesar de que el acuerdo tácito entre víctimas y verdugos sólo abarque hasta la entronización del hoy rey.Según las asociaciones de Derechos Humanos internacionales «los detenidos políticos saharauis están siendo torturados y condenados a morir lentamente lejos de la atención de sus defensores, lo que proporciona a sus verdugos la impunidad que otorga el silencio total».La situación sanitaria es especialmente grave en esta cárcel.El agua allí es casi inexistente y la poca que hay para beber -está en medio del desierto- no es potable. El ejemplo de un preso llamado Boutouala Emabrek-lehsen Omar es significativo: «Como consecuencia de las palizas y todos los tipos de tortura que le fueron aplicadas en la sede de la policía judicial de El Aaiún, sufre una rara enfermedad en sus manos que nadie sabe descifrar porque...

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