Capítulo II. Construir la societas christianorum

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Capítulo II
CONSTRUIR LA SOCIETAS CHRISTIANORUM
: 1. Las comunidades de los orígenes. – 2. Las obras: caridad y ayuda. – 3. Una
justicia diferente. – 4. En busca de un juez. – 5. La construcción de un procedi-
miento. La Didascalia de los Apóstoles – 6. Determinar los hechos, probar las
responsabilidades, pero recuperar a los pecadores. – 7. La «generosidad» de
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Occidente. – 9. El caso Indicia. – 10. Ambrosio, Obispo de Milán – 11. «El Em-
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dosio y el inicio del Medioevo. – 12. El Imperio, la Iglesia y los bárbaros.
1. LAS COMUNIDADES DE LOS ORÍGENES
Al formular la que, un poco en broma, se ha querido aquí definir como ‘pro-
puesta de matrimonio’, Constantino se dirigía a una realidad –la del movimiento
cristiano– que para la época cargaba casi tres siglos de vida sobre sus espaldas. No
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mo o las cuestiones, discutidísimas, sobre los orígenes de la Iglesia o del derecho
canónico. Bastará con detenerse sobre algunos aspectos específicos. Por un lado,
se cuestionarán los motivos que debieron convencer a Constantino, más allá de su
credo religioso personal, acerca de la enorme utilidad que una sólida alianza con
los cristianos habría podido tener en la realización de su proyecto de reconstruc-
ción del Imperio. Por otro, se buscará comprender las razones que motivaron a los
cristianos a acoger la ‘propuesta’ imperial y la modalidad a través de la cual el mo-
vimiento cristiano se hace ‘romano’ y se transformó gradualmente en la institución
universal como la comprendemos hoy.
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tenido ocasión de considerar atentamente el fracaso de la política persecutoria
emprendida por Diocleciano y luego seguido con determinación por Galerio y
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comprender cómo la capacidad de resistencia de las comunidades cristianas no
92 LUCA LOSCHIAVO
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bres y mujeres que aceptaban serenamente (o en verdad deseaban ardientemente)
convertirse en testimonio (martires  
querer impedir que esos sacrificios no fueran en vano y en su lugar, convertirlos en
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actividad silenciosa e incansable de una comunidad tan motivada y bien organiza-
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capaces de actuar de forma eficaz y profunda sobre el territorio, ejerciendo presión
justo allí, donde el aparato estatal (representado por los soldados o los burócratas)
parecía incapaz de penetrar.
Efectivamente, la organización interna de estas comunidades había alcanzado
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ganización se haya articulado siguiendo un proceso muy complejo, durante el cual
el cristianismo viene progresivamente distanciándose del mundo hebreo en el que
había nacido y del que había absorbido y reelaborado muchos aspectos. Transcurre
un largo tiempo y fue necesario unificar la composición de elementos y caracteres
a menudo heterogéneos. Como es evidente, un rol central al inicio de este proceso
estuvo representado por Pablo de Tarso, que logra convencer a las comunidades de
la edad apostólica, sobre la necesidad de abrirse a los ‘gentiles’ (así eran definidos
quienes abrazaban la nueva fe, pero sin provenir del mundo judío y sin compartir
ninguna prescripción de la ley hebrea, empezando por la circuncisión) 98.
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principales: el de la comunidad de origen judeocristiana afianzada desde el inicio en
Jerusalén y en Palestina y el ‘paulino’ de las iglesias cristianas surgidas directamente
del paganismo. Para los decenios que siguieron a la muerte de Pablo (a. 67 ca.), ya
se ven concretadas dos circunstancias destinadas a incidir enormemente en una pers-
pectiva de unificación. Por un lado, estuvo el surgimiento generalizado de la figura
central del epískopos, donde convergían caracteres propios del ambiente helénico
(donde prevalecía el elemento carismático) con los del mundo judeocristiano (donde
se perpetuaba el modelo ‘aristocrático’ heredado del judaísmo y asumía particular
relieve la clase de los presbíteros). Contemporáneamente, también en la variedad de
soluciones organizativas persistentes, el concepto de ekklesía (asamblea) se viene
haciendo cada vez más complejo: la asamblea indiferenciada de los fieles en cuanto
comunidad de santos, cede el paso a la idea de una comunidad mixta en la que con-
98 El llamado Concilio de Jerusalén (a. 49 ca.) discute entre otras cosas la obligación de circunci-
sión para los conversos. Pablo –que negaba la obligatoriedad– se opone a Pedro y Santiago y finalmen-
te, prevalece. Los romanos no comprendían y rechazaban la práctica de la circuncisión y es probable
que la prohibición de esta práctica tradicional sancionada por el Emperador Adriano haya estado entre
las causas de la gran revuelta que estalla en Palestina en el 131-132.
LA ÉPOCA DE LA TRANSICIÓN 93
vivían ‘puros’ e ‘impuros’. Se lograba así una más neta separación entre los simples
fieles y el clero con distinción de roles 99 y estructura jerárquica más rígida: a la sanc-
titas debía corresponder la auctoritas.
Durante los siglos II y III este proceso alcanza su madurez, empujado por varias
y convergentes urgencias. Ciertamente, estaba la necesidad de afrontar y rechazar
la proliferación de herejías y cismas que constituían una seria amenaza a la unidad
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problema de los lapsi que se presentaba periódicamente (supra
derivados de las persecuciones, desaconsejaban por otra parte, apuntarle a una orga-
nización muy centralizada. Correspondía entonces a las comunidades locales indi-
viduales asumir fuerza y compacidad, y dotarse de un eficaz centro de decisión. Es
así como la figura emergente del obispo se afianza de forma generalizada, llamado
ahora monárquico o monocrático.
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las llaves del Reino celeste con el poder de atar y desatar, los obispos (episcopi) fue-
ron considerados los sucesores de los Apóstoles 100: ejercitaban la autoridad recibida
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local) y su correspondiente territorio. Mientras se definían con mayor precisión los
roles de presbíteros y diáconos, se distinguían también las diversas funciones que
componían el oficio episcopal. Al poder de ordenar (es decir, de transmitir el don
del Espíritu divino) se apoyaba la potestad de jurisdicción del prelado. El obispo –y
también aquí sin distanciarse mucho de la realidad contemporánea del judaísmo 101
99 La diferenciación de roles a lo interno unum corpus está presente ya en las enseñanzas de Pablo
(Ad Rom. 12.4-8): «Pues, así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no des-
empeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos
más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros. Pero
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jovialidad».
100 Mat.-
des no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos, y lo que ates en la tierra
quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Ver también
Hechos Apost. 1.23-26; 2.14-41; 5.1-10 y 19; 11.1-18; 15.6-29. Viene mencionado en otro versículo
del Evangelio (Mat. 18.18 y Jn.  
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de Roma entre el 217 y el 222 (v. infra, n. 8) y Cipriano, Obispo de Cartago entre el 249 y el 258; cfr.
Calderone (1.87), pp. 7-8.
101  
Moisés habría sido el artífice de un cuerpo de ‘jueces’, frente a la imposibilidad de ocuparse él solo
de los innumerables casos, continuamente interpuestos por un pueblo tan numeroso (Exo., 18.13-27;
Deut., 1.9-18). Estos se convertirían en los ‘jefes’ de Israel y en sus manos –como se deduce de ulte-
riores versículos de la Biblia–, la función de juzgar se añade a las otras que conllevaba el ejercicio del
gobierno y resguardan ya sea a la esfera política (civil y militar) como a la religiosa; cfr. Bovati (2.31),
pp. 158-165.

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