Capítulo III. La europa romana y bárbara

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Capítulo III
LA EUROPA ROMANA Y BÁRBARA
S: 1. Cuestión de perspectiva. – 2. Un giro historiográfico. – 3. ¿Un derecho común
para los antiguos germanos? – 4. Arqueología e Historia jurídica. – 5. Más acá
y más allá de limes. – 6. Las fronteras se rompen. – 7. Sociedades de frontera y
mundos en transformación. – 8. De la militia foederata a la fundación de nuevos
reinos. – 9. El nacimiento del Reino ostrogodo y sus presupuestos constitucio-
nales. – 10. Integración en la distinción: ¿una apuesta imposible? – 11. Algunos
encuentros significativos: modos de asentamiento y política fiscal. – 12. Derecho
y Justicia en el Reino ostrogodo. – 13. El juicio del comes Gothorum. – 14. Los
‘señores de la guerra’ y el ‘pueblo’ de los francos. – 15. Historias de dogales y
conversiones. Los salii, Clodoveo y Francia. – 16. El ‘pacto’ de la Ley Sálica. –
17. Un Estado ‘liviano’, una política sin proyecto. – 18. La Justicia de los fran-
cos. – 19. La represión del bandolerismo y el rol emergente del soberano.
1. CUESTIÓN DE PERSPECTIVA
Si es natural e inevitable que la dimensión contemporánea del observador inci-
da de algún modo en su comprensión de un momento histórico dado, raramente la
perspectiva en la cual uno pueda situarse sea tan determinante como cuando se trata
de ‘leer’ el proceso de la caída del Imperio Romano de Occidente y el nacimiento de
algo distinto. Entonces, debemos partir de este punto.
Para un historiador del mundo antiguo, por ejemplo, el siglo exacto que va del
376 al 476 184, durante el cual efectivamente, la pars occidentis del Imperio colap-
184 En el 376, atravesado el Danubio, un número enorme de godos y otros bárbaros entra en el
Imperio dando lugar a una serie de importantes consecuencias (v. infra, n. 26). Aquel es también el año
en el que muere Símaco (padre) en Roma y los cristianos comienzan abiertamente a atacar la facción
pagana (supra, II, §10). Por otro lado, el 476 es el año en que el magister militum Orestes derroca al em-
perador Cornelio Nepote sustituyéndolo con su hijo Rómulo. Odoacro (oficial de la guardia imperial)
conduce la revuelta de los soldados contra Orestes y lo elimina, depone a Rómulo (llamado Augústulo
por su joven edad) y –esta es la verdadera novedad– devuelve las insignias imperiales a Constantinopla
con la idea de trasformar a Italia en un Reino autónomo dentro de la cornisa constitucional del Imperio.
138 LUCA LOSCHIAVO
sa de forma irreversible, asumiendo un indudable valor paradigmático. Luego, el
principal problema de este historiador consistirá en aclarar la verdadera causa del
desplome del Imperio, preguntándose, como ya Edward Gibbon en el siglo XVIII 185,
si tal desplome deba ser imputado a muerte natural (crisis interna) o más bien vio-
lenta (agresión externa). En cambio, alguien que se concentre en observar ‘al nuevo
que avanza’, por así decirlo, será llevado a reconocer una mayor importancia a los
ochenta años y poco más que transcurren entre el 410 y el 493, lapso en que el Impe-
rio de Occidente aparece reemplazado, sustancialmente, por una serie de pequeñas y
grandes formaciones políticas: los llamados reinos romano-bárbaros. No tan distinto
de los romanos de la época, también este segundo observador encontrará la fatídica
fecha del 476 mucho menos significativa que la del 410, cuando los bárbaros llegan
a violentar Roma. Y quizás al contrario se sorprenderá al ver cuán profético hubiese
sido el obispo y primer antipapa Hipólito († 235), imaginando que la Urbe habría
caído quinientos años después del nacimiento de Cristo a causa de la revuelta de las
diversas ‘naciones’ 186.
Precisamente, es sobretodo en el pasado cuando una u otra perspectiva hayan
tenido efectos realmente decisivos. En el curso del siglo XIX –el siglo donde nace
la Historiografía moderna– fue elaborada con tal finalidad la que algunos hoy (no
sin una pizca de inútil sarcasmo) gustan definir como «la gran narrativa». Fue desa-
rrollada sobre todo por historiadores alemanes, animados por el evidente deseo de
dar identidad histórica al Estado nacional, justamente la patria entre las patrias que
tomaba forma con el potente empuje de Prusia. Estos historiadores dieciochescos
(quienes muy a menudo unían a la gran erudición una fuerte preparación jurídica)
retomaban modelos interpretativos, en parte trazados ya en el Renacimiento 187 o más
aún, en la Antigüedad 188 y partían del supuesto de que las gentes bárbaras estaban ca-
racterizadas por una descendencia común, además de una lengua, tradiciones cultu-
rales y costumbres jurídicas comunes. En aquellas gentes, quisieron reconocer otros
tantos pueblos-naciones, dotados de distintas particularidades y de un específico ca-
rácter; por lo tanto, capaces de representar una voluntad propia y participar en la
Historia compitiendo unos con otros. En un clima de creciente nacionalismo, parecía
natural ver en aquellas gentes los antepasados de muchos de los actuales pueblos
185 La monumental History of the Decline and Fall of the Roman Empire, publicada por Gibbon
entre 1776 y 1788, «permanece aún hoy como la más grande y controversial historia de la decadencia
del imperio romano» como habrá de escribir Arnaldo Momigliano.
186 A la figura de Hipólito, incansable opositor del Papa Calixto, se ha ya hecho referencia (supra,
I, n. 50 y II, nn. 8 y 12). Su profecía relativa al fin de Roma es recordada por Mazzarino (1.1), p. 41.
187 Se piensa al humanista franco-alemán Beato Renano (Beat Bild) que, en sus Rerum Germani-
carum libri III (1531), escribía: «el triunfo de los godos, de los vándalos, de los francos, son nuestros
triunfos»; v. también en Mazzarino (1.1), p. 90.
188 Del pensamiento histórico antiguo los historiadores retoman, por ejemplo, el concepto de éthnos,
que indicaba precisamente una ‘nación’ y estaba de algún modo conectado con proximidad lingüística.
Para los antiguos, sin embargo, aquel concepto no configuró nunca la idea clara de estado-nación, alta-
mente contrapuesto al de ciudad-estado y al de estado-supranacional.
LA ÉPOCA DE LA TRANSICIÓN 139
europeos y en los procesos que acompañaron el asentamiento en un territorio, la pre-
historia de casi todos los modernos estados europeos.
Uno de aquellos pueblos –un éthnos (en alemán Volk)– habría estado constituido
por los germanos. Se trataba de los mismos germanos que Tácito había descrito en el
98 d.C., uniéndolos para exaltar mejor sus virtudes morales (valor, sentido del honor,
rectitud, fe), las cuales veía poco a poco desaparecer entre los romanos 189. Dícese de
los indoeuropeos (como los hititas, los griegos, los celtas, los latinos, los eslavos,
etc.), de los cuales los germanos –así se repetía– se habrían subdividido en diferen-
tes tribus (Stämme). Algunas de estas tribus (godos, burgundios, vándalos, francos,
anglos, lombardos) habrían luego migrado hacia el oeste, determinando la caída del
ahora consumado Imperio Romano de Occidente. Allí, uniéndose de cierto modo a
la población residente, habrían dado vida a los reinos romano-bárbaros, progenito-
res, precisamente, de tantos estado-naciones modernos. Por otro lado, otras tribus
(sajones, alamanes, bávaros, bastarnos, etc.), al término de un largo proceso durante
el cual el elemento germánico se habría ulteriormente consolidado y habría tomado
plena conciencia de sí; se habrían unido conformando la ‘nación’ alemana 190.
Esta narración –que descansaba sobre descripciones de los escritores clásicos 191
y sobre las «historias» medievales de Jordanes, Gregorio de Tours, Beda y Paulo
Diácono, pero que también se aprovechaba de la mitología y saber populares– radica
profundamente en la cultura alemana y en general, en la europea. Hacia fines del
siglo XIX y aún en los primeros decenios del siglo XX, viene enriqueciéndose con
las contribuciones de los lingüistas, arqueólogos y sobre todo antropólogos (entre
ellos estudiosos franceses, italianos, ingleses y americanos) que fundamentaban sus
respectivas teorías sobre presupuestos de carácter morfológico y racial. Se nos con-
vence así de que pueblos individualizados, antes de llegar a establecer contacto con
189 La Germania de Tácito se presenta como un verdadero tratado geo-etnográfico y constituye un
unicum en la producción literaria romana.
190 No puede dejar de recordarse la figura de Jacob Grimm que, alumno y amigo de Savigny, pri-
mero recoge junto a su hermano Wilhelm las fábulas populares alemanas (1812-1822) y luego, en una
obra imponente (Deutsche Rechtsaltertümer) que ve la luz entre el 1828 y el 1854, se esforzó por re-
construir las ‘instituciones’ de los pueblos germánicos.
191 Por largo tie mpo nuestro conocimiento de los bárbaros se ha nutrido casi exclusivamente de
descripciones que habrían dejado los autores antiguos, quienes naturalmente, escribían para su público
con intenciones muy precisas, alternando observaciones agudas y noticias preciosas con estereotipos
y prejuicios, viejos y nuevos. Así, para continuar con ejemplos famosos, claramente César está en lo
cierto cuando deja ver que sería muy difícil y sustancialmente inútil, intentar sujetar las tribus allende el
Rin (pero César consideraba concluida su experiencia en la Galia y estaba ansioso por regresar a Roma
y realizar sus ambiciones) y en cambio tiende a dar excesivo énfasis a las diferencias entre los galos (o
sea, los celtas) y los germanos. Estrabón –que evidentemente busca otros fines– prefiere subrayar la afi-
nidad entre galos y germanos, que ve como consanguíneos y diferentes solo en el grado de barbarie (en
el preconcepto que esta se haga cada vez más fuerte a medida que se aleja del centro del Imperio y por
tanto de la civilización). Tácito, a su vez, está tan preocupado de poner en relieve los caracteres comu-
nes (sobre todo morales) de los germanos, que casi les reconoce como un pueblo único (evidentemente,
haciendo felices a los historiadores ochocentistas) y cada tanto, termina por contradecirse a sí mismo
cuando luego, pasa a examinar los tratos específicos de las poblaciones individuales.

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