Liderazgo y opinión pública europea: el reto de los gobiernos es la comunicación

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Las dificultades que encontró la Constitución europea en el proceso de ratificación, tras el rechazo expresado por los ciudadanos de Francia y Holanda, evidenciaron las limitaciones con que cuenta la Unión para trasladar a la opinión pública su forma de construirse y los objetivos que persigue en ese camino.

La negociación y acuerdo sobre el Tratado de Lisboa puso si cabe más énfasis en que el trayecto europeo, de la mano de los Gobiernos, discurre lejos de los ciudadanos no sólo por su complejidad jurídica y explicitación a través de los medios de comunicación, sino por su cuestionada legitimidad y participación ciudadanas en la conformación de una Unión que responda a sus intereses.

No obstante, existen voces que justifican esta situación, como la del ministro consejero de la Embajada de Portugal en Madrid, José Augusto Duarte, cuyo país ejerció la Presidencia europea entre julio y diciembre de 2007, cuando se acordó y se firmó el Tratado de Lisboa. En su opinión y ante las críticas al texto por "confuso", "de difícil lectura y análisis por los ciudadanos", "con continuas remisiones a Tratados anteriores", es necesario recordar que este Tratado pretende dotar a la Unión de los mecanismos que necesita para actuar y, al igual que los anteriores, tiene una carga jurídica y técnica que lo convierte en un instrumento esencialmente destinado a especialistas.

Durante unas jornadas celebradas entre los días 26 de octubre de 2007 y 18 de abril de 2008 en la Escuela Diplomática, el ministro aseguró: "Perdónenme aquellos que crean que esto es una provocación, pero por el momento no me acuerdo de ningún país en que un Tratado sea "un best seller" y en que los ciudadanos lo hayan adoptado como "libro de cabecera". O sea, no le pidamos a este Tratado aquello que no tuvo como finalidad, igual que no lo exigimos a ningún otro Tratado, por muy querido que sea"551.

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En todo caso, esta posición es minoritaria en el ámbito académico, que coincide en demandar de la Unión un acercamiento a los ciudadanos con el objetivo de mantener en ellos el espíritu europeo.

Es por ejemplo la propuesta del profesor Martín y Pérez de Nanclares, cuando explica que "si realmente queremos que los logros obtenidos en los últimos 50 años de integración europea sigan sucediéndose en el futuro, deberán explicarse mejor ciertas cosas, como los beneficios y las ventajas que nos aporta la pertenencia a la UE en nuestras vidas cotidianas. De lo contrario, será difícil hacer renacer el sueño de Europa y transmitir a las futuras generaciones cualquier entusiasmo por el proyecto europeo"552.

Gran parte de las observaciones académicas en este sentido atribuyen a los gobiernos de los Estados la responsabilidad de hacer partícipes a los ciudadanos del proyecto europeo y de su consecución.

Una de las opiniones más críticas a esta gestión la sostiene el profesor Pets-chen, para quien el Tratado de Lisboa constata que la construcción europea la hacen y la controlan los Estados, que se oponen a sostener una Unión que se asemeje a un superestado y a impulsar un desarrollo eficaz y mayor de los ciudadanos y de las regiones en la Unión553.

Ocurre también, a su juicio, que a la querencia en la actualidad por la participación de todos en la resolución de las cuestiones ayudan mucho los medios de comunicación electrónicos, que dicen al líder lo que ha de hacer y reciben cada uno en su pregunta la respuesta que demandan. Por ello la práctica de este nuevo estilo queda más en evidencia en el Tratado de Lisboa que en la Constitución europea, en cuanto a permanecer reservada a quienes forman parte del establishment dejando a los...

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